Conocido como el gran maestro del color, su interés por el mismo se remonta a su más tierna infancia, a la época en que «mi abuela me servía el desayuno sobre el mantel blanco, donde se reflejaba el color de los cristales de la romanilla [celosía] vecina. Esos colores no estaban pintados sobre el mantel, y sin embargo existían y yo jugaba con ellos1».
Este artista venezolano tuvo claro desde que ingresó en la escuela de Bellas Artes que no quería hacer lo que se había hecho toda la vida. Fue así como en un primer momento dirigió su mirada hacia el arte comprometido socialmente, aunque de inmediato se daría cuenta de que ese no era su camino.
Cruz-Diez sacó su arte del estudio a la calle, algo que supondría una constante en su trayectoria. Realizó coloridos pasos de cebra en Caracas e incluso un proyecto para el metro de París –ciudad en la que residió durante gran parte de su vida– que pudiera ser contemplado desde los vagones. Todo con el propósito de «crear un choque visual para despertarnos de la actitud robótica a la que nos sometemos al transitar por la ciudad».
Cruz-Diez llegaría de esta manera a lo que se conoce como arte cinético o arte óptico. El precursor de este movimiento fue Naum Gabo con su manifiesto realista, al que luego se sumó Calder con sus esculturas móviles y finalmente toda una serie de artistas que se juntaron a mediados de los años cincuenta en la galería parisina Denise René. Entre ellos estaban Cruz-Diez y su compatriota Jesús Rafael Soto. El trabajo de estos artistas supuso toda una revolución en el arte de la segunda mitad del siglo XX, hasta el punto de que las colecciones de los mejores museos, como la Tate Modern o el Pompidou, disponen de una sala dedicada a este movimiento. En palabras de Cruz-Diez, con el arte cinético «el arte pasa de ser contemplativo a ser participativo. Se abandona el muro para expresarse en el espacio con las “ambientaciones”. Se crea el Múltiple, para que la distribución evite que solo una minoría pueda disfrutar de las obras».
Y es que este artista considera que sus obras «no son cuadros ni esculturas, sino “soportes de acontecimientos”, trato de poner en evidencia las diversas manifestaciones del mundo cromático. En mis obras, el color que vemos no es el que ha sido pintado sobre el soporte, lo que provoca asombro y afecto».
La colección Hortensia Herrero presenta una amplia variedad de obras de Cruz-Diez, en la que podemos observar su maestría a la hora de usar el color. Entre ellas, destaca Physichromie 2222 (1988), una pieza que la galerista Denise René guardó en su casa hasta su fallecimiento en 2012.