La escultura de Cristina Iglesias huye de la mirada frontal del pedestal para apropiarse de los espacios y poder ser observada desde muy diversos puntos de vista. También huye de esa tradición de la escultura minimalista de caminar sobre la escultura, pues en muchas ocasiones sus obras nacen de la pared o incluso del techo.
Y es que Cristina Iglesias ha desarrollado su obra al margen de cualquier movimiento o estilo artístico, habiendo creado un estilo propio que huye de las clasificaciones y que la hace única. Esta artista ha creado un mundo plagado de sinuosos muros vegetales, de laberintos compuestos de celosías, de arroyos que parecen surgir de las entrañas de la tierra… Una serie de obras que ha ubicado en ciudades tan diversas como Londres, Houston, Amberes o San Sebastián.
Iglesias ha representado a España en dos ocasiones en la Bienal de Venecia: en 1986 y en 1993, en esta última ocasión junto con Antoni Tàpies. Obtuvo el Premio Nacional de Artes Plásticas en 1999, el Grosse Kunstpreis de Berlín en 2012, el Premio Nacional de Arte Gráfico en 2019 y el Premio de Arquitectura de la Royal Academy of Arts en 2020. Entre sus obras permanentes destacan las puertas que ha realizado para el Museo del Prado.
Hortensia Herrero le hizo su primer encargo a Cristina Iglesias en 2014. Se trataba de realizar una obra site specific para la explanada que se encuentra en la entrada de la sede central de Mercadona, en Albalat dels Sorells. Fue así como nació El fluir de la tierra, una instalación de 7 x 7 metros en la que podemos ver uno de los característicos arroyos de Iglesias, plagados de hojas y en los que el caudal del agua va variando con el tiempo; unos riachuelos que miran hacia dentro y que nos invitan a reflexionar sobre nosotros mismos.
De esta relación surgiría la posibilidad de realizar otra obra para el Centro de Arte Hortensia Herrero. En esta ocasión, Iglesias ha recurrido a un pasadizo que comunica los dos edificios del centro y en el que utiliza por primera vez un material de color claro, frente a sus habituales paredes vegetales de color verde. El visitante que entra en este pasaje se topa con una serie de espejos que multiplican su profundidad y en los que puede ver su imagen reflejada, lo que le induce a aislarse y olvidarse de que se encuentra en pleno centro de la ciudad. Y es que las instalaciones de Cristina no agreden sino que acogen, invitan a adentrarse en ellas y explorar en profundidad tanto la obra como a uno mismo. En palabras de la propia artista: «Esta pieza propone un mundo onírico muy cercano a la ciencia ficción en su apariencia física, con elementos que tienen una textura pétrea con apariciones de organismos que no reconoces del todo y luego todo este mundo de reflejos, de espejos, lugares donde no puedes entrar y otros que sí. Yo espero que el espectador se sienta en otro mundo, que este tránsito de un lugar a otro sea un tránsito en un mundo especial, onírico, y que a su vez te pueda recordar cosas que ya has visto en la naturaleza1».