Claro ejemplo de la revolución artística que tuvo lugar en Londres en los años sesenta, David Hockney ingresó en el Royal College of Art en septiembre de 1959, donde coincidió con otros estudiantes como Frank Bowling, R. B. Kitaj o Allen Jones, artistas que dominarían la escena artística británica en la siguiente década.
Hockney comenzó a pintar en el estilo predominante en aquella época, el expresionismo abstracto, con figuras como Pollock, Rothko o Clyfford Still como grandes referentes. Sin embargo, uno de los estudiantes, Kitaj, le diría que tal vez debería pintar sobre las cosas que le preocupaban, como la política o el sexo; en definitiva, sobre el ser humano. Y fue así como su estilo derivó hacia la figuración. En esas nuevas obras, también habría espacio para mensajes en forma de frases o expresiones que el artista añadía en las pinturas: Hockney estaba empezando a encontrar su propio estilo.
En enero de 1961 participó en la exposición «Young Contemporaries», en la que un jurado compuesto por el crítico de arte Lawrence Alloway y por artistas como Frank Auerbach o Anthony Caro seleccionaban el trabajo de una serie de estudiantes principalmente provenientes del Royal College. La muestra fue un éxito y su serie de pinturas Love recibió las alabanzas del público y los expertos. El propio Hockney señala que «probablemente fue la primera vez que ha habido en este país un movimiento estudiantil en la pintura completamente ajeno a la influencia de artistas mayores1».
En el verano de 1961 Hockney realizó un viaje a Nueva York que cambió su vida, pues se encontró con una sociedad abierta y tolerante en la que la comunidad homosexual estaba más organizada. En sus propias palabras, Nueva York «era asombrosamente sexi e increíblemente fácil2». La siguiente ciudad fue Los Ángeles, a la que llegó en enero de 1964 y donde pasaría gran parte de su vida. Tal y como dijo el propio Hockney: «Este sitio necesita su Piranesi; Los Ángeles podría tener un Piranesi, y ¡aquí estoy yo!3». Y es que Hockney quedó fascinado por esas autopistas de cinco carriles que se cruzaban entre ellas y por la arquitectura y el estilo de vida de una ciudad que tan bien ha retratado en esas pinturas de casas californianas con sus famosas piscinas.
Hockney, que venía de una ciudad pequeña como Bradford, había quedado fascinado por Londres en sus años de formación pero el descubrimiento de las ciudades americanas eclipsó a la capital británica. «La vida debería ser emocionante, pero lo único que tienen [en Londres] son reglamentos para impedir que hagas cosas. Antes Londres me parecía emocionante. Lo es, comparada con Bradford. Pero en comparación con Nueva York o San Francisco, no es nada4», afirmaría el artista.
El trabajo de Hockney se ha caracterizado por el uso de muy diversas técnicas y materiales. Las obras pertenecientes a la colección Hortensia Herrero son una buena muestra de ello. Por una parte, está una de sus obras más icónicas: Las cuatro estaciones. En esta videocreación, compuesta por 36 pantallas sicronizadas con 36 videos, el artista filma el bosque del este de Yorkshire durante las cuatro estaciones del año haciendo el mismo recorrido con un coche equipado con nueve camaras que recorren en cuatro momentos del año el mismo el camino. La obra completa está compuesta de cuatro paneles, nueve pantallas por cada estación, que el espectador puede contemplar al mismo tiempo, viendo así cómo cambia el paisaje en cada estación.
La llegada de la primavera a Woldgate, al este de Yorkshire, también es el objeto de otras dos obras de Hockney pertenecientes a la colección Hortensia Herrero y realizadas con un iPad, una técnica con la que ha empezado a trabajar recientemente y que refleja su interés por las nuevas tecnologías.
Por otra parte, la colección también cuenta con Autour de la maison, Été (2019) y Autour de la maison, Hiver (2019), en las que Hockney capta una vez más las diferencias de un mismo paisaje durante el invierno y el verano. En esta ocasión, se trata de los alrededores de su casa en Normandía, donde pasó el confinamiento durante la pandemia del COVID-19. Aunque en estas obras Hockney no pinta el cielo porque, como él mismo afirma, cambia demasiado rápido, podemos apreciar perfectamente la diferencia entre una estación y otra por los colores. Tanto en estos dos trabajos como en Las cuatro estaciones el narrador está en el centro de la obra: no se ve, pero se siente su presencia.