Eduardo Chillida es sin duda alguna el escultor español más destacado de la segunda mitad del siglo XX. Portero titular del equipo de fútbol de la Real Sociedad, tuvo que abandonar su carrera deportiva por una lesión en la rodilla. Con diecinueve años comenzó sus estudios de Arquitectura en Madrid, que abandonaría posteriormente para dedicarse a la escultura y al dibujo, asistiendo a clases en el Círculo de Bellas Artes de Madrid.
En 1948 se trasladó a París, donde inició su carrera artística y conoció a Pablo Palazuelo. Tras regresar a San Sebastián, con el paso de los años entraría a trabajar en la fragua de Hernani. Esta experiencia fue fundamental, pues le brindó la oportunidad de descubrir el uso del hierro y las capacidades plásticas de este material.
Aunque sus primeras obras se mueven dentro de la figuración, pronto comienza a investigar con la abstracción, convirtiendo el vacío en un elemento esencial de su obra con el fin de explorar los límites del espacio.
El hierro sería uno de los principales materiales en su obra, si bien trabajó con muchos otros como el hormigón, el acero corten, la madera, el alabastro, el barro cocido o el papel, con el que desarrolló una destacada producción gráfica.
La escultura monumental fue una de las principales disciplinas en las que centró su trabajo. Muchas de esas obras se han convertido en símbolo de la ciudad que las acoge, como el Peine del viento de San Sebastián o el Elogio del horizonte de Gijón. Entre sus numerosas creaciones monumentales se cuentan también Berlín, realizada para la Cancillería alemana en Berlín, Elogio del agua en el parque de Creueta del Coll en Barcelona, La casa de Goethe en Fráncfort, Peine del viento IV para la sede de la Unesco en París o Alrededor del vacío V para la sede del Banco Mundial en Washington D. C.
Chillida siempre se sintió muy apegado a su tierra, el País Vasco. Tal y como afirmaba: «Yo aquí, en mi País Vasco, me siento en mi sitio, como un árbol que está adecuado a su territorio, en su terreno pero con los brazos abiertos a todo el mundo1». Sin embargo, su primera exposición en su ciudad natal, San Sebastián, no tendría lugar hasta 1992: en el Palacio Real de Miramar, cuando el artista contaba ya sesenta y ocho años de edad.
En cualquier caso, si hubo un motor que movió la obra de Chillida ese fue la curiosidad, su deseo de saber. Según sus propias palabras: «Lo que sé hacer es seguro que ya lo he hecho, de ahí que tenga que hacer siempre lo que no sé hacer2».
Entre los muchos galardones y reconocimientos que recibió destacan: el Gran Premio Internacional de la 19 Bienal de Venecia (1958), el Premio Kandinsky (1960), el Premio Carnegie de Escultura en Pittsburgh (1964), el Premio Ricardo Wolf otorgado por el Parlamento de Israel (1985), el Premio Príncipe de Asturias de las Artes (1987), el Praemium Imperiale de Japón (1991) y el Premio Jack Goldhill de Escultura otorgado por la Royal Academy of Arts de Londres (1996).
En el año 2000 se abrió al público el Museo Chillida Leku en el caserío de Zabalaga, su antiguo estudio. El museo está ubicado en una construcción tradicional vasca, en la que se produce un excepcional diálogo entre las obras de Chillida y el entorno en el que se crearon muchas de ellas.
La colección Hortensia Herrero incluye dos importantes esculturas de Chillida: una en barro cocido y otra en bronce. Esta última es de las pocas obras suyas realizadas en serie: una edición de tres copias, una de las cuales pertenece a la colección de la Galleria Nazionale d’Arte Moderna Ca Pesaro de Venecia. Esta escultura ha sido prestada por Hortensia Herrero para importantes exposiciones en Francia y Alemania.