Si tuviéramos que destacar dos grandes referentes en la obra de Manolo Valdés, esos serían, por una parte, el diálogo que ha establecido a lo largo de toda su carrera con la Historia del Arte y, por otra parte, la ciudad de Nueva York – donde ha fijado su residencia desde 1988 – como fuente constante de inspiración.
“Comer las cosas para mantenerlas vivas”. Esta afirmación de Picasso resumiría muy bien cuál ha sido la actitud de Valdés hacia la Historia del Arte, pues ha hecho de ese diálogo con el pasado el eje central de su creación, tal y como podemos ver en infinidad de obras que han tomado su inspiración de los grandes maestros como Velázquez, Ribera, Matisse o el propio Picasso, unas obras que ha contemplado a lo largo de su vida en sus habituales visitas a museos como el Prado de Madrid o el Metropolitan de Nueva York. Algo que ya puso de manifiesto en sus inicios como componente del Equipo Crónica, un grupo de artistas que comenzó su andadura en la España de los años sesenta y que desarrolló un estilo propio que presentaba algunas características del arte pop pero con unos rasgos propios e inconfundibles como era la crítica social y la atención hacia los artistas del Siglo de Oro de la pintura española.
Valdés evoca una de sus primeras visitas a Nueva York y el efecto que causó en su obra lo que allí pudo contemplar: «Me encuentro con una obra de Rauschenberg que tenía unos botes colgados y me encuentro con un Rauschenberg en el que había un pollo disecado. Entonces yo me pregunté ¿de qué estamos hablando? Resulta que hay artistas que no pintan con tubos y me encuentro con Soulages que tira un pozal de pintura negra y con una paleta le da forma, y hay gente que no pinta con un pincel. Entonces yo descubrí que los materiales a la vez que descubrí la libertad porque me di cuenta de que no había reglas porque las reglas las ponía uno mismo. Y desde entonces he tenido una gran pasión por los materiales. Me los fabrico, como mucha gente los fabrica. Preparo mi propio óleo. Cuando quiero que una mancha se extienda, pongo más aceite. Cuando quiero que el pigmento sea más puro, lo preparo de otra manera. Trabajo la madera y busco la madera que me convenga por el color o por su oxidación además de por su forma. Me interesan mucho los materiales»1.
El centro físico de su estudio en Nueva York, ciudad en la que reside desde 1988, es el lugar en el que Manolo Valdés trabaja sus pinturas de gran formato, rodeado de unas cajas repletas de trozos de madera pintados y que antes estuvieron llenas de trozos de tela de colores. Estas obras, al igual que las arpilleras, también contienen grandes pegotes de pigmento, manchas de pintura, huellas de botes sobre la pintura… y es que, tal y como explica el propio Valdés, el descubrimiento de los grandes maestros norteamericanos cambió su forma de entender el arte: «Pollock me enseña que una gota se puede asumir y puede ser interesante e importante, por lo que yo ya no tengo miedo a borrar cuando una gota me cae».
Esta mirada hacia el pasado se ha combinado con la que dirige todos los días a su entorno más inmediato y es ahí donde la ciudad de Nueva York ha cobrado una gran importancia. Valdés cuenta que una vez vio unas mariposas durante un paseo por Central Park que le recordaron a unas mariposas de Matisse y, partir de entonces, empezó a encontrar mariposas en otros cuadros del Metropolitan Museum, en los escaparates de Madison Avenue o en los pañuelos que lucían las señoras con las que se cruzaba en la Quinta Avenida. Y es que Valdés es un auténtico cazador de imágenes que incorpora casi todo lo que ve a su obra.
Esas mariposas fueron las protagonistas de gran parte de la exposición que la Fundación Hortensia Herrero organizó en la Ciudad de las Artes y las Ciencias en 2017. Una muestra en la que los visitantes podían votar cuál de las seis esculturas monumentales era su favorita. La ganadora fue La Pamela, y las siguientes en la clasificación fueron Mariposas y Mariposa. Hortensia Herrero decidió donar la ciudad de Valencia la primera y las otras dos a Castellón y Alicante, respectivamente.
No obstante, la relación de Hortensia Herrero con Manolo Valdés venía de lejos, pues había sido uno de los primeros artistas en entrar a formar parte de una colección que cuenta con un gran número de obras suyas. Entre ellas destacan algunas de sus icónicas esculturas de las Meninas o pinturas en las que podemos encontrar desde referencias a grandes artistas como Cranach o Matisse hasta abanicos o bodegones.