Sean Scully nació el 30 de junio de 1945 en Dublín, en el seno de una familia de origen muy humilde. «Nací en Dublín, donde vivíamos como gitanos sin un lugar adonde ir, cada seis meses nos cambiábamos de casa», afirma el propio artista. «Nos mudamos a Londres a los peores suburbios. Cuando cumplí cinco años ya habíamos vivido en más de diez casas, por lo que tenía una clara sensación de inestabilidad1». A la edad de diecisiete años comenzó a trabajar en el Victoria Palace Hotel de Londres, desde donde se escapaba casi todos los días para contemplar el cuadro de Vincent van Gogh titulado La silla de van Gogh (1888), perteneciente a la colección de la National Gallery de Londres. Una vieja silla de esparto en la que se pueden apreciar esas líneas que se volverían tan características en la obra de Scully.
En 1973 Scully realizó su primera exposición individual en la Rowan Gallery de Londres. La muestra fue un éxito rotundo y vendió todas sus obras, por lo que decidió trasladarse a la que en aquel momento era la capital del arte, Nueva York, donde se incorporaría al movimiento predominante por aquel entonces en la ciudad, el minimalismo. Tal y como señala el crítico de arte Arthur C. Danto: «Era coherente con este espíritu que abandonara Gran Bretaña para irse a Estados Unidos y asentarse en Nueva York, que veía como la tierra prometida. Le parecía que la tradición de la gran pintura estaba viva en la obra de Mark Rothko y Willem de Kooning, de manera muy parecida a lo que ocurría con el saber clásico, que se había mantenido vivo en los monasterios europeos: focos de civilización e iluminación en la oscuridad cultural que les rodeaba2».
En 1977 realizó su primera exposición individual en Nueva York, en la Duffy-Gibbs Gallery, y un año después comenzó a impartir clases en la Universidad de Princeton. Cuando Scully llegó a Nueva York su trabajo pasó a ser muy minimalista. Tal y como él mismo explica: «El color se redujo a la mínima expresión. Lo que hice en realidad cuando llegué allí fue despojarme de todo hasta quedarme sin nada, básicamente llegar lo más lejos que podía sin tener nada3».
Sin embargo, Scully se encontraba inmerso en la búsqueda de un estilo propio, por lo que decidió romper con el minimalismo. «Durante cinco años estuve haciendo pinturas extremadamente minimalistas. Era un miembro muy respetado de la comunidad artística de Nueva York, pero en 1980 rompí con el minimalismo. Ello conllevó la indignación de mis amigos artistas. La gente miraba mis nuevas obras y decía: “¿Qué demonios es esto?” De repente introduje emoción, color, relación y títulos descriptivos como Corazón vacío, El bañista, Adoración… Eran títulos que no estaban permitidos en el puritanismo del minimalismo4».
Había encontrado ya su propio lenguaje, que le llevaría a exponer en los museos y centros de arte más prestigiosos, como el Metropolitan de Nueva York, la National Gallery de Londres o el Albertina de Viena. En 2012 Scully sería nombrado académico de la Royal Academy of Arts de Londres y ha sido finalista del Premio Turner en dos ocasiones (1989 y 1993).
Tras visitar la exposición de Sean Scully en la Bienal de Venecia de 2019 y contemplar las vidrieras que realizó en la Abadía de San Giorgio Maggiore, Hortensia Herrero le propuso a Sean Scully realizar una intervención en la antigua capilla del Palacio de Valeriola. Esta intervención consta de las vidrieras de este epacio – dos rectangulares, una cuadrada y las de las ventanas de la cúpula – y el cuadro Landline Heat (2020). En la serie de obras denominada Landline, Scully plasma otra constante en su trabajo: las líneas del horizonte. Tal y como señala el propio artista en un texto que escribió en julio de 2001 en su estudio de la localidad alemana de Mooseurach: «Intento pintar esa sensación de comunión elemental de mar y tierra, de cielo y tierra, de bloques que se unen por una cara, apilados en líneas horizontales de principio y final infinitos; pintar el modo en que los bloques del mundo se abrazan entre sí, se rozan; su peso, su aire, su color y el suave espacio incierto entre ellos5». El Landline de la colección Hortensia Herrero presenta la particularidad de que contiene en la parte inferior gotas de pintura roja que nos recordarían a la sangre de Cristo, un elemento muy presente en la imaginería cristiana de las iglesias y capillas católicas.